Retour à la RALM Revue d'Art et de Littérature, Musique - Espaces d'auteurs [Forum] [Contact e-mail]
  
Un enigma que asediar y en el que vivir
Navigation
[E-mail]
 Article publié le 1er mai 2022.

oOo

QUERÍA VOLVER A leer la poesía de Emilio Adolfo Westphalen. La he releído en ocasiones, y me ha acompañado desde su primer descubrimiento. Me la he llevado para así hacerlo -releerla- algunos de los últimos veranos, pero así no lo hice -releerla. La he recordado por sí misma, por esta intención de releerla que ya tenía y la compañía que para mí ha sido. Me habrá hecho también tenerla más presente las referencias a él de José Ángel Valente en el libro que con sus entrevistas leí en septiembre. En las que destaca su valor y su significación, la particular, insólita aportación que es. A Valente se le debe su publicación en España, y es por la que yo la conocí. Es también él quien prologa esta edición española. Antes de leer la poesía del poeta leo antes otra vez -no siempre lo hago- este prólogo, y lo encuentro precioso. Valente sólo presenta, te permite entrar en esta poesía y su singularidad (una singularidad que es de naturaleza), y te invita a así hacerlo. Leo a continuación la poesía del poeta, los poemas de Emilio Adolfo Westphalen, y así pueden hablar por sí mismos, decirse a sí mismos en su fascinación y sus características. Responden al recuerdo sensible que de ellos tenía en el corazón y en la memoria. En los primeros libros surrealistas puede percibirse este entroncar con la tradición española, y con su tradición espiritual, como nos había advertido Valente -y el título de uno de estos libros, Las ínsulas extrañas, de San Juan de la Cruz, a las claras en su noche nos lo dice-, la hondura y autenticidad con que esta tradición se vive. Se percibe -y es insólito- que así es, que así está, dentro de estos poemas de ritmo o imaginería tan rompedores y tan nuevos. En esta libertad de las vanguardias, en la lección de libertad que fue el surrealismo para el arte y es lo que de él más nos queda y perdura y no se ha ido, cabe encontrar un acento personal en la voz. Pero raras veces. En pocos casos. Y Westphalen es uno de esos casos. Prosigue su poesía, tras varios años de silencio que resultan y sabemos al fin ser germinativos, poemas condensados y sucintos, en los que encuentro piezas de gran belleza, y algunos en los que me parece que las palabras se hacen heridas, cuchillos. Así me asaltan, por ejemplo, “Epílogo” : “Para abrir por fin rendijas/ en la pared del tiempo”, “Hojas secas” : “Esfuerzo titánico, en consecuencia vagamente grotesco, por ampliar y superar lo caduco y perecedero nombrándolo reflejos, granos o partículas de eternidad”, “Belleza del bien y del mal” : ¿Con cuál llave encerrar, la de oro o la de herrumbre, este mediodía en panne que persiste en remarcar los ocres de un tiempo inmóvil y un mismo sitio ?”, “Error de cálculo” : “El mar se ha deslizado en el poema como en su cueva y refugio natural sin tener en cuenta la diferencia de proporciones. Cuando cedan las costuras bajo el peso, ¿adónde irá a desaguar todo el azulverde acumulado ?”, “Derrota” : “Escritos necios de caminante extraviado e indeciso por desierto o manglar u otra comarca de dentro o de fuera sobre la cual no cae ni por acaso sombra o artificio de revelación ninguna”, “Anhelo” : “Si alguien prendiera fuego al silencio – lo hiciera crepitar en múltiples pequeñísimos inaudibles silencios – lo desbaratara en tierna agonía inacabable”. No, no me defrauda esta aventura personal y auténtica, en la libertad con que se emprendió y sostuvo, que es la poesía de Emilio Adolfo Westphalen.

 

Recuerdo otra poesía que hace tiempo -años- pienso en releer, quizá por ser también de una poeta peruana, Blanca Varela, que también fue conocida tarde en España, tuvo también estima por Valente. La leí cuando aquí se editó. He querido releerla varias veces. Busco el libro con su poesía pero no lo encuentro. Pienso entonces en otro poeta peruano (la poesía del Perú, la narrativa del Perú), tan unido a Westphalen, que es César Moro. En este caso el libro que de él tengo sí lo encuentro donde recordaba, en la biblioteca de la galería. Es la Antología poética titulada Viaje hacia la noche, publicada en Signos. En la revista de este nombre Leopoldo Alas publicó un poema mío, “Et labora”. Recuerdo su tarjetón generoso sobre mis poemas. Era el segundo poema, o la segunda vez que en una revista me publicaban poemas, tras los “Tres poemas” que ese año había publicado en mayo la Revista de Occidente. De pronto lo recuerdo. Recuerdo también que en esta colección, en los libros de menor formato, está un libro que tampoco he encontrado y he pensado estos años en leer otra vez, y que he leído varias veces. Es Lo que escribe la mano sin mentira de Samuel Feijoo. Precioso, extraordinario libro de poemas en prosa. Me gustaría volver a leer la aportación que a este cauce de expresión es. Pero, como digo, no lo encuentro. Espero que aparezca, como la poesía de Blanca Varela. Recuerdo decirle a un poeta cubano en el Festival de Poesía de Granada, en Nicaragua, cuánto me gustaba este libro. Y en esta colección Signos vuelvo a leer Viaje hacia la noche, con poemas de César Moro. Encuentro algunos poemas espléndidos. Hacia el final, una sentencia o meditación sobre el negro : “Toda idea de lo negro es débil para expresar la larga ululación de negro sobre negro resplandeciendo ardientemente”. Todos los colores del negro, me digo o pienso. Y me viene el título del cuaderno de notas de Leonardo Sciascia, Negro sobre negro, que disfruté mucho al leerlo y me gustaría también releer, pero no sé dónde está. Leo el poema en que se encuentra la expresión “Lima la horrible”, y un texto singular que cierra el libro, la “Biografía del Perú”.

 

Me gusta volver a leer el prólogo de Valente a Westphalen. Encuentro en él una anotación que no recordaba : “Escritor de muy radicales rupturas, lo es también de muy hondas y sedimentadas afinidades. Pocos acaso hayan percibido tan delicadamente como él con qué inexplicable poder las corrientes de afinidad se establecen y operan, nos determinan o nos cambian. “¿De qué manera -escribe en ese bello ensayo de autobiografía espiritual titulado Poetas en la Lima de los años treinta- nos cambia la lectura de un poeta ? ¿Cómo se determinan nuestras preferencias ? ¿Por qué corrientes de afinidad nos sentimos cercanos de algunos ? ¿Por qué motivos rechazamos otros que acaso la fama exalta ? No me atrevería a decir en qué consiste el cambio”.// ¿Podríamos decirlo nosotros ? Westphalen tiene el atrevimiento de no atreverse donde cualquier facedor de teorías, con ánimo vulgar y voz docente, como a cosa normal se atrevería. Es difícil, acaso vagamente imposible, decir en qué consiste el cambio y en qué la afinidad se funda. Hay formas, en verdad, de extraño reconocimiento. Quien esto escribe sintió muy pronto que una intensa afinidad lo acercaba a Westphalen”. Comparto este atrevimiento de no atreverse. En él vivo. También en lo que toca -o sobre todo en ello- a las razones de la poesía, a las lecturas. El otro día, en un bello artículo en el que comentaba el segundo volumen de De infinito amor, un crítico y traductor francés que lleva décadas acompañando con sus apreciaciones y traducciones mi poesía, recordaba un poema de mi primer libro en que el poeta joven que yo era afirmaba tajante la imposibilidad de enseñar literatura, y la aparente contradicción, se podría quizá pensar, con las notas de lectura que había en este libro, pero afirmaba -fino, gentil- que esta contradicción no había por cómo yo sólo mostraba e invitaba a entrar en estas lecturas, lejos de una más usual enseñanza o análisis. Es una cuestión de carácter y de convicción, de raíz espiritual. Lo recuerdo porque me llega también estos días el cartel anunciador de la conferencia que he de dar en la UNAM el 22 de febrero, con el igual título de “Mirar a las estrellas” de la que no pude también allí dar por una huelga. Acepté darla porque aceptaron que la diera lejos de un planteamiento rígido y que se pudiera encuadrar en la enseñanza, ya que no sabría así hacerlo. La daría, dije, la daré desde ese amor con que se ha de mirar a las estrellas, desde el corazón -que es la razón- de la misma poesía. Así, como digo, se aceptó. Pero ahora veo en el cartel que convoca el Seminario de investigación de Didáctica de la lengua y la literatura y esto me asusta y me hace pensar cómo y por qué me metí en este lío. Razones y consejos de cocinero puedo dar, como son las que dice da Adolfo Bioy Casares en su libro de conversaciones Adolfo Bioy Casares a la hora de escribir. Lo recordé una vez en las viejas cocinas de la Maternidad, en la presentación de un libro, pues allí tuvo años su sede el Centro de la UNED de Barcelona y allí esta presentación se hacía. Adolfo Bioy Casares dice que escribir se parece a cocinar. Que él es un escritor, y desconoce todo aspecto práctico de la vida. Desde luego cocinar. Pero alguna vez que ha tenido que hacerlo y se ha visto en este apuro alguien le ha dicho que mire un libro de recetas. Y en las recetas pone que se ponga tal y cual cosa en cantidad suficiente. Adolfo Bioy Casares se pregunta qué es cantidad suficiente, y nos dice -por esto escribir se parece a cocinar- que el arte de escribir quizá consista en poner las palabras y los ingredientes en cantidad suficiente. A estas razones llamaba consejos de cocinero, o algo así. Lo recuerdo, y recuerdo el discurso de Neruda en que dice que no hay recetas para escribir poemas. Tampoco para enseñar cómo se escriben, y quizá para no enseñar casi nada de ellos. Se puede sólo, creo, invitar y mostrar, acercar. Y hay que tener el atrevimiento de no atreverse más. Leo en clase siempre unas preciosas palabras de Borges en una de sus conferencias : “He sido profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y he tratado de prescindir en lo posible de la historia de la literatura. Cuando mis estudiantes me pedían bibliografía yo les decía : “no importa la bibliografía ; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakespiriana”. Johnson no pudo prever los libros que se escribirían sobre él. “¿Por qué no estudian directamente los textos ? Si estos textos les agradan, bien ; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda : tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana”.// Así he enseñado, ateniéndome al hecho estético, que no requiere ser definido. El hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos ?”. A esta preciosa meditación le sigue esta sentencia : “Hay personas que sienten escasamente la poesía ; generalmente se dedican a enseñarla”. Aprender desde la sensibilidad, que el arte y las cosas que en él se dicen te lleguen a través de la sensibilidad. Es decir, de otra manera. Por esto hay que sólo mostrarlo y acercarlo, y no atreverse a más. Y sólo así a él se llegará y se entenderá. Leía el otro día La lámpara maravillosa de Valle-Inclán, libro extraordinario. Sobre esta inutilidad de lo tenido habitualmente por saber y sus maneras -y entre ellas las de aprenderlo y enseñarlo- me resultaron cercanas estas palabras : “El Alma Creadora está fuera del tiempo, de su misma esencia son los tributos, y uno es la Belleza. La lámpara que se enciende para conocerla es la misma que se enciende para conocer a Dios : La Contemplación. Y así como es máxima en la mística teológica que ha de ser primero la experiencia y luego la teoría, máxima ha de ser para la doctrina estética, amar todas las cosas en una comunión gozosa, y luego inquirir la razón y la norma de su esencia bella. Pero siempre del significado sensitivo del mundo, como acontece con la conciencia mística, se les alcanzará más a los humildes que a los doctos, aun cuando éstos pueden también entrever alguna luz, si no se buscan a sí mismos ni hacen caso de su artificiosa sabiduría. Más alcanza quien más olvida, porque aprende a gozar la belleza del mundo intuitivamente, y a comprender sin forma de concepto, ni figura de cábala, ni de retórica. El amor de todas las cosas es la cifra de la suma belleza, y quien ama con olvido de sí mismo penetra el significado del mundo, tiene la conciencia mística, hállase iluminado por una luz interior, y renuncia los caminos escolásticos abiertos por las disputas de los ergotistas”. Y algunas sobre el poeta : “El conocimiento de un grano de trigo, con todas sus evocaciones, nos daría el conocimiento pleno del Universo. Un conocimiento mucho más ingenuo, mucho más claro, mucho más inocente que la mirada de un niño. En este mundo de las evocaciones sólo penetran los poetas, porque para sus ojos todas las cosas tienen una significación religiosa, más próxima a la significación única. Allí donde los demás hombres sólo hallan diferenciaciones, los poetas descubren enlaces luminosos de una armonía oculta. El poeta reduce el número de las alusiones sin trascendencia a una divina alusión cargada de significados. ¡Abeja cargada de miel !.” “El poeta, como el místico, ha de tener percepciones más allá del límite que marcan los sentidos, para entrever en la ficción del momento, y en el aparente rodar de las horas, la responsabilidad eterna. Acaso el don profético no sea la visión de lo venidero, sino una más perfecta visión que del momento fugaz de nuestra vida consigue el alma quebrantando sus lazos con la carne. Este soplo de inspiración muestra la eternidad del momento y desvela el enigma de las vidas. El inspirado ha de sentir las comunicaciones del mundo invisible, para comprender el gesto en que todas las cosas se inmovilizan como en un éxtasis, y en el cual late el recuerdo de lo que fueron y el embrión de lo que han de ser. Busquemos la alusión misteriosa y sutil, que nos estremece como un soplo y nos deja entrever, más allá del pensamiento humano, un oculto sentido. En cada día, en cada hora, en el más ligero momento, se perpetúa una alusión eterna. Hagamos de nuestra vida a modo de una estrofa, donde el ritmo interior despierta las sensaciones indefinibles aniquilando el significado ideológico de las palabras”. “Las palabras son siempre una creación de multitudes. Alumbran en la hora que se hacen necesarias como verbos de amor y comunión entre los hombres. Así acontece que aquellas larvas de emoción recóndita, indefinible, nebulosa, que a unas conciencias distinguen de otras, no pueden ser aprisionadas en sus círculos ideológicos. Habría dos hombres en toda la apariencia iguales, y cada uno se sabría distinto del otro. Esta razón de diferencia es el sentimiento de nuestra responsabilidad, el enigma que nunca puede cifrarse en signos y en voces. El poeta ha de confiar a la evocación musical de las palabras todo el secreto de esas ilusiones que están más allá del sentido humano apto para encarnar en el número y en la pauta de las verdades demostradas. Las palabras son humildes como la vida. Pobres ánforas de barro, contienen la experiencia derivada de los afanes cotidianos, nunca lo inefable de las alusiones eternas. El hombre que consigue romper alguna vez la cárcel de los sentidos, reviste las palabras de un nuevo significado como de una túnica de luz. Entonces su lenguaje se hace sibilino. Sólo podemos comprender aquello que tiene sus larvas en nuestra conciencia, y que va con nosotros desde que nacemos hasta que morimos. A veces la música de una palabra logra despertar estas larvas, y otra las hace remover, y otra les da alas, pero jamás aprendemos nada. Todo se halla siempre en nosotros, y lo único que conseguimos es ignorarnos menos. Por eso han de ser las palabras del inspirado como las estrellas en el fondo cenagoso de una cisterna : Un punto de luz y un halo tembloroso sobre el agua espejante, sombría, muerta. Todos los ojos verán la estrella como una simiente de oro en el fondo de las aguas negras, pero en el halo misteriosísimo cada mirada penetrará con una visión distinta. ¿Qué adjetivo, qué ensamblaje alejandrino de las palabras podrá fijar cada una de estas visiones y mostrar el matiz de su diferencia ? El secreto de las conciencias sólo puede revelarse en el milagro musical de las palabras. ¡Así el poeta, cuanto más oscuro más divino ! La oscuridad no estará en él, pero fluirá del abismo de sus emociones que le separa del mundo. Y el poeta ha de esperar siempre en un día lejano donde su verso enigmático sea como diamante de luz para otras almas de cuyos sentimientos y emociones sólo ha sido precursor. El poeta debe buscar en sí la impresión de ser mudo, de no poder decir lo que guarda en su arcano, y luchar por decirlo, y no satisfacerse nunca”. Libro extraordinario, espiritual -se subtitula, sin engaño, Ejercicios espirituales-, como es el arte y sus senderos. Así, de modo tembloroso, en el atrevimiento de a más no atreverse, es como podemos intentar algo acercarlo y mostrarlo, y que nos llegue.

 

El fragmento que he transcrito de Borges anteriormente es de una conferencia de su libro Siete noches -libro de conferencias. Muchas veces me refiero a cuestiones que dice en otro precioso libro de conferencias, Arte poética. Quiero transcribir uno de los fragmentos a los que a veces de él me refiero : “Leí una vez que el pintor americano Whistler estaba en un café de París y la gente discutía el modo en que la herencia, el ambiente, la situación política del momento y cosas por el estilo influían en el artista. Y entonces Whistler dijo : “El arte sucede”. Es decir, hay algo misterioso en el arte. Me gustaría tomar sus palabras en un sentido nuevo. Yo diré : El arte sucede cada vez que leemos un poema. Ahora bien, quizá, al menos en apariencia, esto suprima la venerable noción de los clásicos, la idea de los libros perdurables, de los libros en los que siempre hallaremos belleza. Pero espero equivocarme en este punto”. Podría haber referido qué dice en este fragmento Borges -como he hecho antes con Bioy-, decir la espléndida y espontánea, definitiva sentencia de Whistler, el momento y ambiente en que se da. Pero además de la sentencia -El arte sucede-, me interesa la explicación y el sentido que en ella ve y de ella da Borges acto seguido : Es decir, hay algo misterioso en el arte. Porque esto me interesa especialmente. En el fragmento de la otra conferencia, Borges si dirigía a la libertad del estudiante, del lector. Hay algo que corresponde a esta libertad, que la hace necesaria, y es la naturaleza espiritual de la lectura -del texto que se lee y del ánimo de quien lo lee, es decir, la lectura toda. El aspecto espiritual, de sensibilidad y de sentimiento pedía esta libertad, justificaba una invitación a ella. ¿Por qué es necesaria esa predisposición espiritual, procurar propiciarla o invitar a ella ? Por las características del lenguaje poético, del lenguaje de la creación poética. Por las características que provienen y explican su naturaleza. Que uno de algún modo la conozca (el algún modo es en la duda y el temblor), tenga cierta vivencia de ella puede hacer pensar que se nos pide un testimonio sobre la posible cercanía con esta vivencia, quiero decir con la creación, con el hacer arte. Porque, en tanto que actividades espirituales las dos -la de quien lee y la de quien escribe, la lectura y la escritura-, así puede afirmarse y pensarse que es. Hay aquellas palabras finales de Altolaguirre, en la preciosa “Confesión estética” que me ha acompañado siempre y en que caracteriza y dice cosas maravillosas de la lectura. Puedo ir a ellas. Y puedo ir a mí, a mí mismo, que es poco, en tanto que a lo que lleva y obliga esta vivencia, la vivencia y conciencia de esta cercanía -entre el hacer arte y el leerlo o aprehenderlo-, es a esta humildad y saber que sólo se puede invitar y mostrar. Recuerdo que en una tesitura semejante ponían a José Ángel Valente en una conversación, y que él daba testimonio de esta cercanía y semejanza y a lo que llevaba esta conciencia. Voy a buscar este testimonio y también decirlo quizá en mi conferencia. Así nos dice en él Valente : “La aproximación al arte en general, y en este caso a la poesía en particular, requiere una disposición espiritual. Creo que eso es importante. Hay que provocar tanto en el niño como en el adolescente y en el universitario una disposición espiritual para recibir el poema, que es muy parecida a la que el poeta mismo tiene que tener. En el poeta tiene que operar un cierto vaciado de sí para que lo habite el poema. Lo mismo tiene que producirse en el lector. Y el educador debe acostumbrar al destinatario de la poesía a ponerse en esa disposición, no en apoyarse en una serie de datos segundos, que tienen un valor evidentemente, no quiere decirse que yo les niegue todo valor, pero creo que son datos segundos que vienen después. Sin esa posición, que de manera un poco pedante podemos llamar posición accipiente -de accipio-, no hay recepción de la poesía. En definitiva, y en contestación a tu pregunta, hay que preparar al oyente para que reciba cualquier arte”. 

 

Estas cosas pienso. Cosas sencillas y fundamentales que decir, convicciones aunque temblorosas pero en su temblor sabidas bien. Mirar a las estrellas así, si se puede. Por este encargo -el encargo de impartir la conferencia así titulada- recuerdo pensamientos y palabras, y se me hacen más vivos algunos que leo. Pienso en el acento personal de una voz, y en la cuestión de las afinidades. También en la comprensión en la diferencia y en la distancia. Comprensión que viene de la capacidad de apreciación y del respeto. Desde y a lo sensible. Quizá por todo ello vuelvo los ojos al libro Mantia Fidelis de Manuel Álvarez Ortega, que el poeta cordobés me mandó -dedicado, dedicatoria en la que veo me designa -lo digo porque esto es algo que me honra- como querido amigo, y pienso en leerlo. En leer este libro que él me regaló y luego la Antología poética que leí hace muchos años, en 1988, para tener más conocimiento de su obra a la hora de escribir un comentario de su entonces último libro, Gesta, que publicaba con el editor que iba a publicar mi primer libro, Hospital de Inocentes. Así lo hice entonces -el artículo se publicó con el título de uno de los versos del poeta, “La ceniza dicta su verdad”-, y así lo hago también ahora. Porque hay que procurar seguir el ritmo interno de los sueños, el camino sinuoso y extraño pero ciertísimo en que se van sumando las intenciones. Pienso también, como digo, en la comprensión y en el respeto, y en la capacidad de apreciación -y de comprensión y de respeto- aun en la diferencia. Y que quizá la muestre mi poesía en relación a la de Manuel Álvarez Ortega -y también a la inversa, y el mutuo aprecio y respeto que los dos nos tuvimos. Una historia que tiene su historia. Y que quizá pueda contar algo -sólo algo, a vuela pluma- además de leer, y mientras leo, la poesía del poeta.

 

Compré esta Antología poética publicada en Plaza y Janés en una de las librerías cercanas a la Universidad a muy poco precio. No era una librería de viejo, pero debía haber quedado con el mismo precio con que vino y nadie la había pedido y no se cambió. Esto ya nos dice muchas cosas. Quizá las diga -algunas, ni que sea-, al hilo de este recuerdo. El caso es que yo leí Gesta y la Antología de toda su poesía. El artículo que escribí daba testimonio, por supuesto, de mi estimación por esta poesía. Que me resultaba en parte extraña, en algún punto. Daba fe de su maestría, de su capacidad y calidad, pero decía algo así (no voy a buscar el artículo y transcribirlo exacto, no vale la pena) como que en esa arquitectura impecable de sonidos parece que al lector no se le deja a veces el más mínimo respiro. Escribía yo en parte una poesía desnuda y casi sin imágenes, y este discurso impecable y magistral pero densísimo en ellas me hacía decir este comentario. Me permitía hacer esta observación, que era esto más que una crítica. Y que marcaba la distancia, o nacía de ella, que había con la poesía que yo escribía. Cuando le envié mi primer libro, Hospital de Inocentes, a Álvarez Ortega, el poeta me escribió una generosa y bella carta. Decía entre otras cosas en ella : “El libro lo he leído con la atención que merece. Está escrito, pese a apoyaturas muy concretas, desde muy diversas experiencias subjetivas, con un lenguaje muy sugerente que alcanza gran belleza y hondura con un mínimo de elementos expresivos. Le felicito y le animo a continuar por esa dirección, que tiene perspectivas y mira lejos”. Era un aspecto que diferenciaba a mi poesía de la suya, y en el que él sabía ver un valor. Lo sabía apreciar. Y esto es estupendo. Como que mi comentario levantara acta de esta densidad, y fuera testimonio de ella, una observación que reflejara su verdad, más que una crítica. Álvarez Ortega algo así decía, de manera más generosa y elegante. En un cuestionario que me hicieron en el Pliego de Poesía de El Ciervo me preguntaron qué importancia creía tenían en la poesía las metáforas. Y cité esta observación de Álvarez Ortega en la carta que me escribió por mi primer libro. Para decir que podía haber poesía de alta calidad en cuya base estuvieran las metáforas -el caso del poeta cordobés- y también en una con muy pocas imágenes -así decía pasaba con la mía el poeta cordobés. Era posible. Como era posible comprender y apreciar la que tú no hacías, y aún más respetarla. Cuando le mandé Tierras, con poemas escritos también a mis veinte años, en 1987, contemporáneos de los de Hospital de Inocentes y de los que de hecho era como una extensión, pensé que le enviaba un libro con unos poemas muy distintos a los que él hacía. Que era otro tipo de expresión. Y supo apreciarlo especialmente. Yo creía que los poemas de Tierras tenían una especial belleza, pero es hermoso que alguien que practicaba con maestría otra poesía distinta supiera apreciarla. También supo apreciarla Miguel Delibes, quien consideró al libro “bellísimo”.

 

Leo la poesía de Álvarez Ortega y también la aprecio y me deslumbra. La aprecio y comprendo en sus características, en su tensión. Voy leyendo algunos versos más de una vez. Citaré algunos ejemplos. El poema que lleva el título de su primer libro, “La huella de las cosas” : “Y por el cielo pasan flotando las nubes/ y los montes son una línea oscura en la lejanía/ y el arroyo ensordece la cañada/ y bajo la tierra la hierba se encharca de aromas./ Y es al corazón oscuro del pueblo/ que desde el hundido valle se me clava en los ojos/ a quien pregunto el por qué de mi vida,/ y no me contesta.// Y no me contesta/ porque mi vida acaso no es sino humo/ que sin forma se esparce en el tiempo/ allí donde todas las cosas hicieron su huella,/ su herida profunda y dolorosa”. En un poema de su siguiente libro, Égloga de un tiempo perdido : “No quisiste alzar los ojos al secreto del día./ Pero alguien cantaba por el aire como una sombra/ que llama libertad a lo que sólo es martirio.// Y así cayó tu boca quebrada en mil sollozos :/ invocando una patria que no puede nombrarse”. En otro poema de este libro : “Pero tú siempre mueres cuando palabras escribo,/ cuando a lágrima viva compongo mi memoria,/ pues eres el origen de ese manantial de amor/ que se licua en la nada cuando nace el verano”. La primera estrofa de un poema de Dios de un día : “Es muy triste saber que hay un mundo olvidado/ bajo el tenue polvillo de las cosas inútiles,/ que hay como un negro cementerio extendido/ bajo tanto deshecho corazón, llorando”. También en este libro, estos versos del poema “Hay un reino sostenido por el llanto” : “Duele saber que el hombre es sólo niebla, un río/ que pasa preguntando a su oscura conciencia/ por cosas irremediables, por fugaces sonidos”. La primera estrofa del poema “Oscuro río de la muerte”, de Tiempo en el sur : “A veces un río cruza la sombra de las habitaciones,/ se para meditando en un rincón cualquiera,/ huele la tibia ropa de los lechos, la toca,/ y señala con su mano cierta forma adorable,/ cierta gota que cae con muy triste resonancia”. Esta estrofa del poema “Escribo cosas del huésped que me habita”, del libro Desierto sur : “Cae la lluvia/ del verano, un olor a pobreza te atenaza,/ no sabes qué luz te inventa, vas por las calles/ como dormido, gastas la miel de tu tristeza/ por un puerto mortal, no hay barcos, no hay/ velas, el faro está apagado, arriba solo/ el cadáver de la luna que despliega los hilos/ de su azufre maldito sobre el mar”. El primer verso del libro Sea la sombra : “Yo intento decir vida dar testimonio de cuanto sucede a un hombre solo”. Esta estrofa del poema “Umbral del sueño”, en Invención de la muerte : “Ocurre que vamos por la calle y alguien/ nos habla de un tiempo de guerra/ y bombardeos, que oímos sollozar/ a una muchacha en un patio enrejado,/ y no sabemos qué sucedió, cómo fue,/ quién trajo el aviso de tu muerte,/ no sabemos si pronunciar tu nombre,/ pues un dolor nos llueve en la boca/ y se nos caen las alas de la infancia”. Estos versos del poema “¿Amor ? ¿Libertad ? ¿Delirio ? ¿Qué nombre darte ?”, de Oscura marea : “Una boca glacial/ conduce hasta tu boca la lava del hastío,/ resbala por tu piel una saliva aduladora,/ niégate a su consejo, vive solo, oye/ la música del llanto y purifícate con sus aguas./ El único dios, desde los siglos,/ que nos seduce”. La última estrofa del poema “Porque vamos heredando sólo la desgracia”, del libro Oficio de los días : “Porque vamos heredando sólo la desgracia,/ el pan que nadie quiso, el humo/ que va emanando de un ramaje difuso,/ entre piedras, flores y muertos queridos,/ porque sólo sentimos la alegría/ cuando crea un mundo de invenciones, un abismo/ al que estamos dispuestos a entregar nuestra boca/ y el silencio que pesa en nuestro corazón/ como un cielo por el llanto inundado”. Íntegro el poema que le sigue, titulado con su primer verso : “El día es verdad, en la luz última el aire/ es un elemento cegador, pájaros nocturnos/ llaman no sé con qué sonidos oscuros,/ aquí la muerte, como siempre, está rodeada/ de voces nunca oídas, me entrego a un patrimonio/ de cuerpos que cuentan la extensión de los años/ por el número de heridas.// Hora es ya de ser hombre para el tiempo,/ esto es vivir : no tener límites en la eternidad,/ sentirse lleno de una luz no usada, vencer/ o ser vencido por un amor que inventa/ noches, pasiones, venenos y contratiempos,/ hacerse dios o demonio en un instante/ de desesperación o alegría.// Yo poseo el verano como un fruto maduro,/ el día es verdad, vivo, arrastro por la tierra/ una sombra que se distancia del rumor/ de las demás sombras…”.

 

Me ha gustado siempre leer lo que los poetas escriben de poesía. Me gustaría así leer el texto de Westphalen que cita Valente, y del que cita unas apreciaciones que me han hecho reflexionar. Intenté comprar un libro que reúne los artículos de Manuel Álvarez Ortega, pero en la librería en que lo encargué me dijeron que no se lo servían. He leído libros de textos misceláneos de otros poetas de su generación (Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido de Pablo García Baena y El cuerpo de los símbolos de Antonio Gamoneda) y los he apreciado mucho, como sé hubiera apreciado éste de Manuel. En unas intervenciones en su Fundación se decía que no había dejado comentarios sobre su importante labor de traducción. Cómo la hacía. Encontré un tomo desparejado de su antología de la poesía francesa y fue un placer leer sus notas a los poetas y los poemas de éstos en francés y después en su traducción al castellano. “Avanzo entre los hilos de un mágico universo” era un verso que citaba en aquel lejano artículo que escribí sobre el poeta, y llego a él en la lectura de su poesía. Creo que así avanzamos, así leemos, así vivimos. Así se van tejiendo las nervaduras que entrelazan unas lecturas con otras, unos pensamientos con otros. También los recuerdos y los sentires. Y hay esta base, esta raíz para la capacidad de comprensión y de aprecio, de respeto, y es la de estar abierto a escuchar lo que escribe, dice, sueña, susurra otro. Abierto a comprender el arte. A sentirlo. Otras cosas quiero decir y quizá las diga esta tarde u otro día, pero de momento ahora digo éstas.

 

 

Barcelona, 14 de febrero de 2022

 

 

 

RECUERDO QUE EN la primera carta que me escribió Manuel Álvarez Ortega hacía otra apreciación generosa y que se dirigía hacia lo abierto. Para mí y todos. Era una reflexión que hacía a partir del artículo que sobre él escribí, pero que sirve para todos, y al todo del escribir y el arte alcanza -a su actitud, su sentirlo y su pensarlo. Así dice Álvarez Ortega : “Quiero aprovechar también esta oportunidad para agradecerle muy de veras el bello artículo que tuvo la gentileza de escribir sobre mi libro GESTA en la revista “El Ciervo”. Es muy generoso y sugiere la lectura del libro desde ópticas muy distintas, cosa que, a mi juicio, supone la verdadera función del crítico”. Misión loable y digna, fiel, fiel a la misión en que consiste, que le da razón de ser, permitir y abrir unas lecturas y perspectivas, e invitar a ellas. Así el acercarse al arte, el simplemente invitar a que escuches lo que a ti te puede decir -y quizá sólo a ti, de y en esa manera. Así el sentido profundo del decir Borges a sus alumnos que si no les interesa una obra la dejen estar, ya que ya habrá otras para ellos. Sí, les están esperando, y los encontrarán. Invitar a esta libertad, a este estar abierto a escuchar lo que nos puede decir una obra de arte, y a encontrar ésta.

 

“Avanzo entre los hilos de un mágico universo”, sí, y en estos hilos y su avanzar entre ellos el que se enreden o volvamos a dar con ellos. Hablaba de los libros de Álvarez Ortega, recordaba cómo y cuándo compré su Antología poética en 1988. Alguna vez, en alguna ocasión, al hablar de literatura, al preguntárseme sobre algún punto en alguna ocasión he mencionado a Álvarez Ortega y lo he tenido presente. Así cuando el traductor florentino Valerio Nardoni me preguntó en una entrevista en mi casa por los poetas españoles vivos. Así cuando Mercè Boixareu presentó en la UNED los cuatro primeros libros publicados en El Bardo. Mercè Boixareu quería saber y me preguntaba por estos libros, cómo los había organizado para publicarse, y qué había decidido esta organización. Le respondí que la cuestión de la publicación es difícil, y mas en poesía. Que publicas cuando puedes, según las ocasiones que te salen para ello. Que habían podido salir estos libros con los poemas escritos en 2009, pero no tuve esta oportunidad con los que escribí a los veinte años, en 1987, pues algunos se habían publicado en un último libro en 2011 (Absurdos principios verdaderos), algo que ella sabía bien, pues llevó su presentación, también en la UNED de Barcelona. Que hay trayectorias guadianescas y difíciles a nivel editorial, autores que consiguen publicar de vez en cuando lo que han escrito, y que por supuesto esto no ayuda a la apreciación de su obra, a poder calibrarla y considerarla en su verdadera dimensión e importancia. Y cité el caso de Álvarez Ortega, pues se habían publicado sus poesías completas hacía poco, él ya con noventa años, y una buena parte la constituían libros inéditos. Es una dificultad que nos acompaña y que puede permanecer hasta el final. Y así recordé cómo Juan Antonio Bardem, al recoger un premio por toda su carrera, aprovechó ese momento para decir que necesitaba un productor. Los libros escritos y los libros por escribir, los libros escondidos, los libros que se van haciendo y se suman. Eran entonces cuatro libros, y el domingo salía en Francia una publicación con “Diez poemas de diez libros en la Colección de poesía El Bardo”, un conjunto que señalaba que habían sido diez años en diez libros, diez años de poesía, y en el que cada uno de estos libros estaba representado por un poema. Pero esto va sucediendo, va sucediendo, quiero decir, casi sin querer. Uno no quiere llegar a metas ni a cifras, y creo que sería perjudicial para su escribir si tuviera presente estas cuestiones. Hay que escribir con gratuidad y con inocencia, abandonarse a ese fervor. Y ya está. Las cosas -o los libros- van llegando, si llegan, y si no hay que abandonarse al hacer arte igual. Eso quiero decir.

 

Me sorprendió ver el otro día a una intelectual que posaba con sus libros. Recuerdo el horror que sentí cuando alguien que hablaba de su biblioteca en una revista decía que el estante que más le importaba de ella era aquél en que estaba lo que había publicado. Recuerdo que cuando vino Ester Abreu Vieira de Oliveira a comer en casa, la primera vez en que nos encontrábamos en Barcelona, en 2017, mientras tomábamos café en el despacho, y al no verlos en su biblioteca -tampoco en la del salón, donde habíamos estado antes-, me preguntó dónde tenía mis libros. Se refería a la vista, en la biblioteca. Y no los tenía, no estaban. No creía ni pensé en ningún momento que tuviera que poner mis libros. Ya se ve que es pensamiento y actitud bien distintos a quien los considera la medida de un logro o un triunfo, algo que tenga que ver con una carrera. Un día, algo después, mi madre me dijo que podría ponerlos, y lo hice. Para hacer caso a su indicación, para contentarla, y también por pensar que en efecto no hay que esconderlos. Pero explico lo que quiero decir -en su fondo. Que uno no busca resultados en arte, sólo hacerlo. Vivirlo. Y yo lo vivo así. Quizá no otros, pero me da igual. Así vivo en arte, así escribo, avanzo entre los hilos de un mágico universo, como dice el verso de Manuel Álvarez Ortega que destaqué de joven, y así avanzo, con temblor. Mas a veces por un momento llega una cifra o un motivo -en el fondo externo- que haga que tome aliento, que este respirar no pensado por ese momento se pare un instante y casi me pregunte por algo de este tipo, sienta en el corazón la posibilidad y tentación de hacer un balance. Pero dura un momento, y se disipa en seguida. El otro día escribí un poema en este instante extraño y fugacísimo, y que el mismo poema veía cómo se escapaba, expiraba. Porque no hay balances, no hay cifras, tiempos, número de libros. Hay un enigma que asediar y en el que vivir. Hay el sentir por un momento que quizá estamos cerrando un ciclo natural de escritura y al momento también sentir que un fin también es un principio. Todo es fin, todo es principio. Aquí puedes sumarte tú, y en mi arte empezar a vivir. Como a ti te hable, te cante. Como a tu adentro se dirija. Con palabras que siempre vuelven a nacer otra vez, y se hacen nuevas cada vez que las lees. En el principio que son, hasta el fin.

 

 

Barcelona, 15 de febrero de 2022

 

Un commentaire, une critique...?
modération a priori

Ce forum est modéré a priori : votre contribution n’apparaîtra qu’après avoir été validée par un administrateur du site.

Qui êtes-vous ?
Votre message

Pour créer des paragraphes, laissez simplement des lignes vides. Servez-vous de la barre d'outils ci-dessous pour la mise en forme.

Ajouter un document

Retour à la RALM Revue d'Art et de Littérature, Musique - Espaces d'auteurs [Contact e-mail]
2004/2024 Revue d'art et de littérature, musique

publiée par Patrick Cintas - pcintas@ral-m.com - 06 62 37 88 76

Copyrights: - Le site: © Patrick CINTAS (webmaster). - Textes, images, musiques: © Les auteurs

 

- Dépôt légal: ISSN 2274-0457 -

- Hébergement: infomaniak.ch -