El pasado 13 de diciembre de 2012, el poeta Santiago Montobbio presentó su libro La poesía es un fondo de agua marina en el Espai Lluís Ribas de Sant Cugat. La conferencia fue la ocasión para el escritor de relatar, con mucha complicidad, su encuentro con el pintor, o más precisamente, el encuentro entre su poesía y la pintura de Lluís Ribas.

A lo largo de su discurso, el poeta reconstituyó, a grandes rasgos, la historia cíclica del diálogo entre las dos disciplinas ; diálogo tanto más profundo cuanto que nació de una afinidad artística inmediata. A través de un himno a la amistad desprovisto de ilusiones, Santiago Montobbio destacó lo fecundo de la unión sinérgica entre poesía y pintura. Un fruto evidente de esta convivencia fue el libro de arte Els colors del blanc, en el que las palabras del poeta acompañaron los cuadros del pintor. El autor reveló, además, la potencia latente de este tipo de encuentro mediante el relato de su propia experiencia. Descubrimos, así, que el poeta salió de veinte años de silencio, de veinte años de gestación artística justo después de un contacto con la pintura de Lluís Ribas. De la “convivencia intensa” salió un “sutil hilo” entre los dos artes que se expresó, según el poeta, por un eco temático y estético llevado por conceptos sensibles, huidizos, impalpables que sólo los artistas pueden captar : el mar, la luz, el aire. embargo, la lectura de varios poemas, tradujo un sincretismo aún más profundo, más intrínseco. El universo de la pintura que catalizó el impulso creativo se derramó en el arte del poeta, creando una pintura verbal, llena de materialidad, de dinamismo, de hipotiposis que pueden justificar el uso de la prosa en este libro. La relación pluridisciplinaria generó cierto hibridismo artístico.

A partir del tema del intercambio entre pintura y poesía, Santiago Montobbio efectuó un deslizamiento progresivo hacia una reflexión más general sobre el arte, el artista y la creación. Creó, entonces, un vínculo entre la creación, el amor, la libertad y el mar porque “del mar viene el arte, del mar nace”. En este intento de definición imposible y vertiginosa, el artista apareció como un ser elegido, maldito, sometido a esta exigencia absoluta de creación pero, lo más sorprendente, fue la descripción del arte como potencia autónoma que se impone al artista tal una obsesión, tal un destino y que, al mismo tiempo, le otorga su libertad.

Seguimos, así, los pensamientos del poeta entre consideraciones metaliterarias, descripción de la pintura de Lluís Ribas, de su propia obra, de los puntos en común entre los artistas , o de su nuevo libro Los soles por las noches esparcidos que va a salir a principios de año. Pero, finalmente, su discurso sólo hablaba de él, estaba lleno de él, ya que como lo dijo “El arte es un encuentro. De ti, y de ti en tu arte.” Poco a poco, el poeta desarrolló un monólogo interior en voz alta, una introspección sobre su propia creación siguiendo los remolinos del pensamiento. De esta manera, nos enteramos de que al presentar las “notas de viaje” del pintor, la espontaneidad de su creación, el autor habló indirectamente de su propia poesía fulgurante, de su “inspiración torrencial”.

A pesar de esta deriva hacia horizontes identitarios, el poeta quiso acabar su intervención con una “puerta abierta”, con una invitación al lector, asumiendo la huida de su propia poesía que, a imagen del artista, puede ser siempre nueva. Delega, así, su autoridad de creador, dando al lector la responsabilidad de dar nueva vida al poema.